Contradicciones y dobles discursos

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Con las tragamonedas, se les quitan recursos a los mismos sectores a los que se dice que se asiste con lo que ellas recaudan.

“Voy una vez por semana, a veces dos, y llevo 300 pesos”, cuenta Patricia. Vive en Río Tercero, donde no hay sala de tragamonedas. Viaja 35 kilómetros en colectivo, o en moto con una amiga, para apostar en Embalse. A veces, encaran 100 kilómetros hasta Villa María.

Separada y con hijos, tiene un par de trabajos informales –cobra unos 40 pesos la hora– y recibe la asignación universal.

Sin saberlo, Patricia define el perfil aproximado de la mayoría de los apostadores de esas máquinas, que ya no tragan monedas sino billetes.

Las salas de slots apuestan a atraer, sobre todo, a los sectores de menores recursos económicos, con fichas de bajo costo y salas abiertas 20 horas por día. Los más pobres no pueden aspirar a otros juegos de azar, más costosos. Las tragamonedas parecen imaginadas para ellos.