De lógicas y sentidos comunes.

Hay margen para debatir si el criterio de grado cero de alcohol es técnicamente razonable.

Nadie puede dudar de que el programa de alcoholemia cero en la provincia de Córdoba es una medida que ayuda a que la gente evite tomar alcohol si sabe que tiene que conducir. Sin embargo, hay un margen para debatir algunas cuestiones.

Controlar y sancionar en las rutas cordobesas al que no lleva la luz baja encendida o el cinturón colocado hicieron que ambos hábitos se transformaran en masivos.

Que se inspeccione el nivel de alcohol de los conductores hizo que menos manejen tras haberlo bebido. La seguridad mejoró con esas medidas y es casi imposible encontrar argumentos en contra para cuestionarlas.

En cambio, hay margen para el debate de si algunas modalidades de control no tienen más efectos recaudatorios que resultados para evitar accidentes (por ejemplo, por los sitios en donde se ubican) o si el criterio de grado cero de alcohol es técnicamente razonable o sólo parte del “anuncismo” de gobiernos que hacen marketing, también, con la seguridad del tránsito.

Si la regla es que no conduzca quien no está en condiciones, no puede evitarse el lógico interrogante de si es más peligroso quien lo hace con menos de 0,5 gramos de alcohol en sangre (tope que rige en la inmensa mayoría de países con políticas integrales de seguridad vial) que el que maneja bajo los efectos de drogas –legales o ilegales– que tienen cada vez mayor consumo.

Aunque haya explicaciones incluso entendibles sobre complejidades legales y costos económicos, parecen no alcanzar para una respuesta de sentido común.

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Por Fernando Colautti | La Voz