Salud mental y consumo de sustancias psicoactivas en clave de procesos formativos de niñas, niños y adolescentes
Los proyectos de promoción de la salud y prevención de adicciones de Fundación ProSalud en 2022 (Cuenten con Nosotros, Abracadabra, Red de Líderes en Salud Comunitaria, Gente Bicho de Luz), iniciaron una investigación con niñas, niños y adolescentes acerca de la relación entre salud, salud mental y cuidado del cerebro. En líneas generales, con los primeros resultados se advierte en las instituciones educativas y organizaciones de la comunidad una tendencia a valorar lo relativo al cuidado de la salud en general, y en menor medida a promover la salud mental desde una perspectiva integral. Lo saludable vinculado a la salud mental parece enfocado en evitar situaciones de violencia (bulling, auto lesiones, suicidio) y en algunos casos problemas ligados a cuestiones de género, pero escasamente a promover valores positivos ligados al disfrute que conllevan prácticas saludables. En ciertas oportunidades se valora lo relativo al reconocimiento de las emociones y su gestión, aunque en general no se conoce la palabra RESILIENCIA ni el modo de potenciarla.
Otra ausencia que se repite es la que permite ligar el desarrollo de “lo mental” al buen funcionamiento del cerebro. Tampoco suele observarse la descripción y análisis crítico de lo que se conoce como cultura de consumo, incluyendo la oferta aumentada de sustancias psicoactivas para propiciar estados de conciencia y de ánimo generados artificialmente mediante el consumo de estas sustancias químicas de origen natural o sintético, incluyendo todas sus repercusiones –inicialmente casi imperceptibles- a nivel micro, meso y macro.
Esta investigación contextualizada en proyectos de prevención permite advertir el contraste entre la ausencia o presencia de estos ejes de abordaje en la perspectiva formativa, que se diseña considerando los procesos salugénicos (que generan salud en lugar de patología –patogénicos-) que es necesario promover y reforzar en los actuales contextos. El trabajo que se realiza en marco de los proyectos mencionados además de poner en evidencia la falta de abordaje sistemático de los ejes referidos al reconocimiento y valorización del funcionamiento del cerebro y a mecanismos de la cultura de consumo para activar pautas/hábitos de consumo en la sociedad, permite ver la contracara de esta ausencia. Ella destaca el entusiasmo y movilización positiva que genera en la población infanto juvenil el abordaje de estos temas mediante estrategias de construcción participativa y orientada a identificar sus beneficios.
Si bien existe pleno consenso acerca de que no es posible el desarrollo de la salud mental cuando se realizan prácticas de consumo de sustancias psicoactivas que modifican el funcionamiento cerebral, parece ser necesario actualizar los planes de trabajo destinados a promover hábitos saludables ligados al discernimiento consciente que requieren los procesos de toma de decisiones. Estos procesos generalmente están obturados cuando las informaciones sobre ciertas dimensiones del complejo fenómeno adictivo no son incluidas, especialmente las dos que aquí se analizan.
La gravedad de la problemática que puede ser evitada mediante estrategias de prevención acordes a la realidad actual, exige una cuota de creatividad que deben aportar todos quienes trabajan en el campo de la educación y la salud mental (agentes de salud, además de asistentes de la enfermedad). Esta gravedad se expresa no solo en el padecimiento de aquellos individuos que no accedieron tempranamente a instancias de prevención de los problemas ligados al consumo de drogas, sino especialmente en la situación límite en la que cada vez más individuos son estigmatizados por el simple hecho de ser rebeldes a este moldeamiento que induce a consumir sustancias psicoactivas, o estar desinteresados respecto de los objetos/conductas de consumo que el mercado promueve en este sentido: quienes eligen no consumir son maltratados simbólica o físicamente por el grupo que si lo hace. En todas las instituciones se encuentran evidencias de este tipo estigma que genera violencia individual y colectiva. El estigma sobre la salud es un fenómeno nuevo que es posible solo a partir del avance de la industria de las drogas (muchas veces asociada a la industria del entretenimiento), y la inercia de las políticas públicas que se perpetúan con criterios que responden a contextos que cambiaron hace más de 20 años. Su capacidad para alterar narrativas y sentidos ha sido estudiada con detalle por especialistas de distintos países. Sorprende y preocupa que esas investigaciones no impacten en la transformación de la agenda pública y la formación de recursos humanos que hagan posible los cambios que la sociedad está demandando. Asimismo, parece que este tipo de estigmatización que corre de foco lo que se entendería como cultura saludable, expresa también el enfoque fragmentario solo centrado en temas que se ubican en el centro del debate público por la alta percepción del problema, como es el de la inseguridad, a diferencia de lo relativo a la salud.
A pesar de que no hay una relación directa entre consumo de drogas y violencia o transgresión de normas, conviene aceptar la complejidad de estos problemas y su vínculo para abordarlos de modo integral desde la prevención. También evitando estigmatizaciones y siendo realistas acerca de los tristes vínculos que se establecen entre ellos aun en el ámbito privado de cada familia. Es un cuadro duro y complejo, pero afrontarlo es más disfrutable que negarlo o minimizarlo.
