Humor, mujeres y alcohol de Gabriela María Richard
Humor, mujeres y alcohol
Gabriela María Richard
Directora Posgrado Prevención y Tratamiento de adicciones en la Adolescencia, UNC
Como dice la canción, es preferible reír que llorar. La sabiduría popular nos lo recuerda, y los investigadores han comenzado a estudiar los procesos implicados en el sentido de humor, así como sus beneficios. Los profesionales de la salud poco se dedican a promoverlos, y los humoristas, con la creación de momentos para reír, generan una oportunidad de trabajo.
Reírse es un indicador de salud mental. Aprender a reírse de uno mismo, de las contingencias, desarrollar la tolerancia hacia la mirada de los otros, son recursos útiles para el vivir. Se trata de una habilidad que todos tenemos, que puede ser estimulada y que las estrategias educativas bien podrían aprovechar para fortalecer desde un enfoque integral.Los psicólogos cognitivos han desarrollado teorías del humor que suponen un proceso de tres etapas:1) Representar mentalmente la creación de la broma, 2) Detectar una incongruencia y saber otorgar múltiples interpretaciones. 3) Resolver esa incongruencia, dejando a un lado la interpretación literal y apreciar la gracia del chiste o broma. Lo que encontramos como gracioso (o no) no es más que una interpretación subjetiva realizada en estas tres etapas de lo que vemos, oímos o decimos. Cuando no le encontramos la gracia al chiste, se debe principalmente a dos razones: No conseguimos detectar esa incongruencia o no sabemos inhibir la representación literal inicial que nuestro cerebro nos envía. Es algo que ocurre, por ejemplo, cuando consideramos que una broma perpetúa un estereotipo que nos parece ofensivo (como en las bromas étnicas, sexistas, o de individuos en problemas). Entonces nos negamos a inhibir la representación ofensiva literal. También puede ocurrir que la reiteración de este tipo de chistes avance en el sentido de legitimar lo disfuncional, y tenga la capacidad de hacernos dudar del genuino malestar que producen y terminen por posicionar lo disfuncional como normal e incluso esperable. El humor depende directamente de los sentimientos, situaciones y creencias de cada persona, y lo que para alguien puede ser hilarante, para otra persona puede no tener gracia en absoluto. En consecuencia, ofrece una oportunidad para entrenar la capacidad de ponernos en el lugar del otro, además de la de reírnos.
En esta perspectiva, entendiendo la diferencia entre sentido del humor y la interpretación de chistes que se repiten, el actual contexto requiere abrir nuevos interrogantes. Por ejemplo, poder interpelarnos acerca del rol cultural que cumple el humor, además de la función psico social que representa para un individuo, y la económica para humoristas tanto como para los eventos o medios de comunicación donde se difunden los chistes. Cuando estos se ofrecen como producto de un lado, y son recibidos por alguien del otro, al realizarse en una situación pública, adquieren una nueva función social que puede orientarse en el sentido de consolidar lo problemático u operar como visagra a modo de cuestionamiento constructivo. La dinámica que adquiere, depende tanto de quienes diseñan el producto como de quienes lo reciben. Recientemente, fuimos testigos de un valioso experimento social donde estos últimos, pusieron en discusión el contenido de algunos chistes, redes sociales mediante. El blanco de la polémica fue la discriminación hacia las mujeres.
Esto podría ser el inicio de una nueva etapa social, que exprese cierto nivel de madurez donde podemos discutir asuntos que durante décadas se percibieron como realidades dadas, sin margen para repensar o modificar.
Lo que llama la atención, es que esta discusión aun no incluya el tema del consumo de alcohol, una droga legal que no deja de causar problemas, entre otros motivos, dado el crecimiento de la industria que lo produce y cuyo consumo promueve. Los famosos “chistes de borrachos” son un clásico que la mayoría de humoristas profesionales o amateurs incluyen en sus repertorios. Es aquí donde se registra una disociación que, a diferencia de lo que pasa con el tema de la discriminación por cuestiones de género, parece casi no ser registrada ni problematizada. Todas las referencias a las dificultades que genera el consumo de alcohol para hablar, ver o caminar, incluso a los efectos más graves como perder la memoria, ponerse violento o vomitar, lejos de ser cuestionados, son festejados como cosa normal, esperable y/o divertida. Habría que preguntarle qué opinan de esto a quienes tienen problemas por consumirlo, sus familiares, empleadores, maestros, vecinos, etc.. Ni los comunicadores ni los humoristas, se muestran proclives a abrir el juego. Sorprende cuando programas radiales o televisivos que suelen abordar con preocupación la problemática del consumo de alcohol y otras drogas, luego, con total displicencia, incluyen este tipo de humor que de un modo u otro opera como reforzador del fenómeno.
Se trata de un debate que recién comienza, y se ilumina cuando lo ubicamos en la perspectiva de las habilidades y los valores que nos proponemos desarrollar en niños y adolescentes, pensando hacia dónde vamos como sociedad. Conviene preguntarnos qué creemos necesario cambiar… incluida la consideración de los asuntos a los resulta más cómodo seguir siendo funcionales, aunque al mismo tiempo haya lamentemos ante sufrimientos que son evidentes.