La brecha social abre la puerta de la violencia a los más jóvenes
Que jovencitos se junten y salgan a robar no es un hecho nuevo. Organizados a veces precariamente, o con alguna logística mayor, no podemos declararnos sorprendidos por la existencia de bandas armadas de jóvenes que buscan, dentro de las diversas modalidades delictivas, la oportunidad de vivir el sueño del dinero fácil, vía de acceso a aquello que nuestra sociedad ha entronizado como «la felicidad».
La ley que regula estos emprendimientos delictivos es la ley del impulso, que a veces se organiza para conseguir armas, aguantaderos, autos, etc., todo para sentir ese momento de poder absoluto que da un arma y el encuentro de los billetes anhelados. Esa vivencia epifánica es inversamente proporcional a la agonía que se siente en condiciones de marginación y, sobre todo, de ausencia de fe en la vida, sensaciones que generalmente nutrieron los primeros años y el presente de quienes emprenden el camino de la delincuencia.