Los adolescentes un desafio.

Los adolescentes son un desafío. Su mundo paralelo puede ser, muchas veces, inexpugnable para los adultos. Más aun si somos sus padres. Desde tatuajes y piercing, hasta falta de buen diálogo en familia son temas que suelen ocupar largos momentos de la consulta. Lo bueno es que los médicos no somos los papás de nuestros pacientes. Seremos “viejos”, pero no somos los que se “equivocan siempre” o los que “no saben nada” (según sus propios pareceres) como sus progenitores.

Viene, con un dejo triste en su mirada, con su madre y nos saludamos con un beso.

“Vengo a acompañarla”, aclara la mamá mientras mira a su hija como cediendo la palabra.

“Doctor: quiero hablar con usted”, me dice Valentina, quien desde hace 14 años concurre al consultorio.

“¿Qué te anda pasando?”, respondo, disponiéndome a escuchar.

“Ya hable con mis padres, me quiero operar la nariz y ellos me dijeron que soy muy chica. Quiero que usted me diga si puedo hacerlo o si tengo que esperar a ser más grande”, comienza segura.

“Lo que pasa es que en la escuela los chicos la cargan y ella se siente mal”, acota la madre.

“Mi papá me dijo que todavía la cara no se terminó de formar y que por eso no me deja”, me dice la nena, como preguntando.

“Las facciones de tu cara pueden todavía cambiar, pero si querés ese tema lo podemos hablar con el cirujano plástico. Lo que más me importa es que estés bien, tranquila. Me parece que tendrías que madurar un poco tu decisión y si crees que eso te ayudaría lo volvemos a charlar”, explico.

“La verdad es que tengo miedo de la cirugía, pero es muy feo verla llorar algunas veces”, completa la mamá.

En sus palabras había dos posiciones en pugna: convicción e incertidumbre.

La charla continuó, relajada, sin el reloj al acecho. Nos despedimos con la promesa de seguir hablando. Siento que pronto volverá y espero que con su camino algo más iluminado.

La soledad del consultorio me invitó a reflexionar. Traté de hacer lo imposible: separar el médico del hombre, del padre. Los adultos hemos creado un mundo de modelos, de ideales que pueden ser inalcanzables. Y los chicos lo sufren. El valor superlativo de lo estético desaloja las mejores virtudes. Valentina, la niña que tenía pánico a las inyecciones, ahora está dispuesta a declinar hasta sus miedos para pertenecer y ser aceptada por su grupo de pares. Hoy le teme más a las palabras y los gestos.

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