«Mucha transgresión, poca revolución»
Los actos de transgresión suelen ser ejercicios de suprema estupidez. No está demás detenerse en esta interesante idea del exquisito escritor italiano Claudio Magris (autor de Danubio, Alfabetos o El infinito viajar, entre otras obras que estimulan el deseo de leer, de pensar y de andar por el mundo). Y no está de más, especialmente en tiempos como los presentes, en que los transgresores suelen despertar simpatías por el solo hecho de serlo, o de declararse como tales, aunque sus transgresiones sean a menudo travesuras anacrónicas para su edad, actitudes irresponsables o meras posturas para la foto. Es que sin leyes, normas y reglas el transgresor no puede existir. Las necesita para llevar adelante sus desafíos, tras los cuales acostumbra a desaparecer y esconderse sin hacerse cargo de las consecuencias. Los transgresores suelen crecer como yuyos en todos los ámbitos: política, cultura, deporte, farándula, moda y, desde ya, en la vida y los vínculos cotidianos, como son la familia, la calle, el trabajo, la escuela y demás.